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Historia sexual del cristianismo
Autor: Karlheinz Deschner
Traducción: Manuel Ardid Lorés
Revisión: Anselmo Sanjuán
ISBN: 9788487705090
Páginas: 480
DescripciónDurante siglos, y aun hoy, el Derecho en los países occidentales ha estado condicionado por la moral cristiana. Esto es especialmente patente en todo lo concerniente a la sexualidad. Conceptos como la "decencia", el "orden moral natural", la penalización del adulterio o del aborto, incluso del divorcio, tabúes como el incesto, etc., provienen de una visión religiosa impuesta siglos atrás. En este libro, el filósofo de las religiones Karlheinz Deschner nos presenta la postura de la Iglesia Católica en relación con la sexualidad como una deliberada estrategia represiva conducente al sometimiento de sus fieles.
Detalles ÍNDICE:
PRÓLOGO19
Capítulo 1. La diosa madre25
Capítulo 2. Il santo membro32
Capítulo 3. Relaciones sexuales rituales37
Capítulo 4. Castidad cúltica y desprecio a la mujer en el judaísmo monoteísta49
Capítulo 5. El ascetismo en los cultos mistéricos del mundo helenístico58
Capítulo 6. Jesús67
Capítulo 7. Pablo71
Capítulo 8. El origen de las órdenes regulares77
Capítulo 9. El ascetismo cristiano en la antigüedad86
Capítulo 10. La castidad en la edad media y moderna98
Capítulo 11. Los místicos amor mariano y erotismo crístico110
Capítulo 12. De la cronique scandaleuse de los monjes132
Capítulo 13. Las monjas141
Capítulo 14. La difusión del matrimonio de los sacerdotes161
Capítulo 15. Las razones del celibato165
Capítulo 16. La supresión del matrimonio de los sacerdotes169
Capítulo 17. La moral del celibato193
Capítulo 18. La difamación de la mujer219
Capítulo 19. La opresión de la mujer236
Capítulo 20. El matrimonio251
Capítulo 21. La prohibición de los medios anticonceptivos288
Capítulo 22. La prohibición del aborto307
Capítulo 23. El pecado original319
Capítulo 24. Onanismo, homosexualidad, relaciones con animales y con parientes326
Capítulo 25. Algunos detalles de moral teológica o “...este escabroso tema”339
Capítulo 26. Orientación sexual cristiana o “ignoti nulla cupido”361
Capítulo 27. Sobre la desvergüenza de la moda, el baile y el baño (sin ropa)374
Capítulo 28. Sobre la praxis de la moral sexual381
Capítulo 29. El sacramento de la penitencia395
Capítulo 30. Del asesinato del placer al placer del asesinato405
La relación de la iglesia católica con la sexualidad a través del tiempo423
NOTAS449
BIBLIOGRAFÍA477
COMENTARIOS
“Si bien el cristianismo está hoy al borde de la bancarrota espiritual, sigue impregnando aún decisivamente nuestra moral sexual, y las limitaciones formales de nuestra vida erótica siguen siendo básicamente las mismas que en los siglos XV o V, en época de Lutero o San Agustín. Y eso nos afecta a todos en el mundo occidental, incluso a los no cristianos o a los anticristianos. Pues lo que algunos pastores nómadas de cabras pensaron hace dos mil quinientos años, sigue determinando los códigos oficiales desde Europa hasta América; subsiste una conexión tangible entre las ideas sobre la sexualidad de los profetas veterotestamentarios o de Pablo y los procesos penales por conducta deshonesta en Roma, París o Nueva York.” Karlheinz Deschner.
Extracto del cap. 16, LA SUPRESIÓN DEL MATRIMONIO DE LOS SACERDOTES
Pese a que el matrimonio de los sacerdotes siguió existiendo durante bastante tiempo, el giro decisivo había comenzado ya en el año 306 con el sínodo de Elvira, en el sur de España, en el que se aprobó el primer decreto sobre el celibato: «Los obispos, los sacerdotes, los diáconos, en definitiva, todos los clérigos que ejercen el sagrado ministerio, es decir, que celebran el oficio divino, tienen que guardar continencia con sus mujeres, so pena de suspensión».
Esta prohibición, que fue determinante para toda la evolución posterior en Occidente, sólo afectó en un primer momento a una parte de la Iglesia española. Pues en otras partes la presión que se ejercía sobre el clero iba encaminada, más que a asegurar su continencia matrimonial, a evitar las relaciones extramatrimoniales y otros «crímenes» análogos. Es en el umbral del siglo V cuando la norma de Elvira fue asumida por los papas Siricio e Inocencio I y difundida en Occidente.
De cualquier forma, no se exigía ni la soltería, como principio, ni la disolución de los matrimonios ya existentes, sino «sólo» la finalización de las relaciones sexuales. Durante bastante tiempo, tampoco se conminó a diáconos, sacerdotes y obispos a que se separaran de sus respectivas esposas, a las que los sínodos siguieron refiriéndose «la señora del diácono», «la señora del sacerdote», o «la señora del obispo». Si los esposos prometían que, en lo sucesivo, tendrían «a sus mujeres como si no las tuvieran» -«a fin de que sea preservado el amor matrimonial, al tiempo que cesa la tarea matrimonial» como rezan las instrucciones, memorablemente perversas, de León I al obispo Rústico de Narbona-, podrían llegar a ser sacerdotes o seguir siéndolo, con lo que, evidentemente, se estaba pidiendo un imposible, empujando a los conminados a una vida de hipocresía y fingimientos.
(…)
El sínodo de Elvira autorizaba a los religiosos a vivir únicamente con sus mujeres, así como con sus hermanas e hijas consagradas a Dios, pero no permitía la presencia de la mulier extranea, que la mayoría de las veces se ocupaba de llevar la casa y que fue en un primer momento el principal objeto de las prevenciones sinodales. No obstante, más tarde se llegó al extremo de impedir la entrada a la casa del sacerdote a todas, esclavas y libres, y también se prohibió a los religiosos que visitaran a mujeres, sobre todo por la tarde o por la noche. Sólo se permitía en casos imprescindibles y siempre en compañía de un clérigo como testigo. Incluso se le negó a la mujer del sacerdote el acceso al dormitorio del marido.
Extracto del cap. 18, LA DIFAMACIÓN DE LA MUJER
2. LA GLORIFICACIÓN DE MARÍA: EXPRESIÓN DE LA DEMONIZACIÓN DE LA MUJER
La María bíblica y el fetiche de la Iglesia
«No ha habido ninguna religión que haya valorado y honrado a la mujer como el cristianismo» afirma un eminente defensor del mismo (…). Pero en realidad, no hay en esta religión ninguna figura en la que converja el absurdo como en la de Nuestra Señora, la Virgen que finalmente ascendió al Cielo en cuerpo y alma: un producto de la mitología arcaica muy retocado por medio de leyendas devotas y grandes mentiras. El fetiche tardío no tiene nada que ver con la imagen original de la Biblia, y menos aun con los más antiguos estratos de la tradición.
El arte clerical edificante quiso hacer olvidar que María apenas desempeñó un papel en el Nuevo Testamento; que el Libro de los Libros habló de ella escasísimas veces y sin mostrar ninguna veneración especial; que San Pablo, el primer autor cristiano, la nombra pocas veces, lo mismo que el evangelio más antiguo; que también la ignoran el Evangelio de San Juan, la Carta a los Hebreos y los Hechos de los Apóstoles; que los escritos que la mencionan están plagados de contradicciones; que el mismo Jesús guarda un completo silencio sobre su concepción por el Espíritu Santo y sobre la maternidad de la Virgen y, es más, nunca llama madre a María ni habla de amor maternal, y hasta la increpa duramente cuando ella le toma por loco; que antes del siglo III ningún Padre de la Iglesia toma en consideración la virginidad permanente de María y hasta el siglo VI nadie sabe nada de su ascensión a los cielos en cuerpo y alma; que la fe en su Inmaculada Concepción, luego convertida en dogma, fue combatida como supersticiosa por las mayores lumbreras de la Iglesia: sus doctores Bernardo, Buenaventura, Alberto Magno y Tomás de Aquino, todos los cuales invocaron a San Agustín; y que lo mismo ocurrió, en mucho mayor grado, con otras tantos rasgos marianos. (…)
La blancura de las mujeres o la «desfeminización» de nuestra señora
(…) Ya antes de su nacimiento, justo cuando el semen de su padre penetraba en su madre Ana, María quedó libre del pecado hereditario, del más terrible de los pecados que todos los seres humanos padecen, más blanca que la blancura, por así decirlo: en todo caso, el dogma de la Inmaculada Concepción de María no se propuso al mundo hasta casi diecinueve siglos después, el 10 de diciembre de 1854.
Nada más lógico que una criatura que fue engendrada de modo tan maravilloso llevara una vida no menos maravillosa. Y en efecto, cuando María concibió y parió un hijo siguió siendo virgen, ningún placer la ensució (…) El hijo del carpintero de la Biblia no es, ciertamente, hijo del carpintero, y sus hermanos y hermanas, de los que la Biblia da testimonio, no son, por supuesto, sus hermanos y hermanas. Antes al contrario, todo es maravilloso... como ya había ocurrido antes, en realidad, con una docena de hijos de dioses que también nacieron de madres vírgenes. (…)
María contra Eva
Según una antigua tradición, los clérigos galos y germanos del siglo VII oponían drásticamente a Eva, imagen primigenia de la mujer, frente a María, «la virgen que había dado a luz a Dios». En medio de la misa, un obispo decía: «Su vida no se originó en la concupiscencia, el poder de la naturaleza no descompuso su cadáver (…) Los merecimientos de esta tierna doncella son exaltados en todo su valor si se los compara con los hechos de la primera Eva: pues si María ha traído la vida al mundo, aquella ha engendrado la ley de la muerte; y si la una nos ha corrompido por su pecado., las otra nos ha liberado por su maternidad. Aquella nos dañó en la misma raíz por medio de la manzana del árbol (…) Parió con dolores la maldición (…) La infidelidad de aquélla cedió ante la serpiente. Engañó al hombre y corrompió al hijo; la obediencia de María desagravió al Padre, la hizo merecedora del Hijo y redimió a las generaciones posteriores. Aquella halló amargura en el jugo de la manzana; esta obtuvo de la frente del Hijo unas gotas de dulzura». (…)Precio (IVA inc.)26,00 €Añadir al carro
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